NUNCA hagas contacto visual en POLONIA - En la estación de trenes de Varsovia
Cuando me bajé del tren en la estación central de Varsovia, una sensación de novedad me invadió.
Eran las diez de la mañana, y la estación de tren de Warszawa Centralna estaba llena de gente moviéndose en todas las direcciones: algunos con prisa, otros esperando a familiares o amigos, y muchos más, como yo, simplemente observando la escena. Estaba emocionado, no solo por conocer una ciudad que siempre me había intrigado, sino porque esta visita tenía un propósito distinto: abrirme a nuevas conexiones y, tal vez, solo tal vez, encontrar a alguien especial.
Salí de la estación y al levantar la vista, ahí estaba el Palacio de la Cultura y la Ciencia. Su silueta se alzaba monumentalmente, un imponente recuerdo de la historia de Varsovia, con una arquitectura que parecía mezclar tanto misterio como seducción. Decidí caminar hacia el edificio, dejándome llevar por esa primera atracción del día. Había escuchado que alrededor del Palacio y la estación central se movía una vida social interesante, un lugar de encuentro para personas de todas las edades, entre turistas, locales, y aquellos que parecían simplemente disfrutar del vaivén de la ciudad.
Ya en los alrededores del palacio, noté que había algunas cafeterías y restaurantes. Me senté en una de las terrazas, desde donde podía ver a la gente pasando: grupos de amigos, algunas parejas, y, lo que más me sorprendió, personas solas, como yo, disfrutando del ambiente. Pedí un café y saqué mi libro, aunque la verdad, apenas leí unas líneas; mi atención se desvió casi por completo a la observación de ese mundo que bullía a mi alrededor.
Había una energía especial en el ambiente, un dinamismo que parecía unir a todos los presentes.
De pronto, una joven se sentó en la mesa de al lado. Tendría unos 25 años, el cabello rubio y un aura de confianza que irradiaba frescura.
Nos intercambiamos miradas, y después de un par de segundos,
me animé a iniciar la conversación.
Para mi sorpresa, respondía en un perfecto inglés, con una fluidez que me dejó gratamente impresionado. Empezamos hablando de lo más casual: la ciudad, el tiempo, la imponente belleza del Palacio de la Cultura.
Pero poco a poco, la conversación tomó un giro más personal. Resultó que ella era de Cracovia y estaba en Varsovia por un proyecto universitario. Su risa era genuina, y mientras hablábamos, sentí que el tiempo se detenía por un momento, como si, en medio de la gran ciudad, solo existiéramos ella y yo.
Al despedirnos, me dio su contacto y sugirió que, si alguna vez visitaba Cracovia, le avisara para reencontrarnos. Me quedé ahí, aún en la terraza, saboreando el último sorbo de café, pensando en cómo una ciudad puede sorprendernos cuando menos lo esperamos.
Al despedirnos, me dio su contacto y sugirió que, si alguna vez visitaba Cracovia, le avisara para reencontrarnos. Me quedé ahí, aún en la terraza, saboreando el último sorbo de café, pensando en cómo una ciudad puede sorprendernos cuando menos lo esperamos.
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Hay muchísimo por descubrir en este país, y me encantaría que compartieran sus comentarios.
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